Allá por el lejano diciembre de 2010 un antiguo sueño se hizo realidad.
La crónica empezó y aún no la he terminado. Tampoco la he publicado en
el Nevasport. Aún no tiene fotos. Es una tarea pendiente, pero aquí dejo
la primera parte del trabajo.
Alpes del Zillertal, invierno 2010 (días 1 y 2). Mayrhofen, Penken, Rastkogel.
Volveré pronto- le dijimos a la hostelera en septiembre. Y
no mentimos.
Se iniciaba la temporada de esquí en el valle y estábamos en
su recepción, tras un pequeño periplo austríaco por otras estaciones ya
conocidas. No se sorprendió tanto como debiera, ya que llegar hasta allí había
sido difícil: Unos días antes del puente de la Constitución del 2010, nevó en
España. No contento el ñuberu con ello, siguió cubriendo de nieve parte de
Europa. Salimos de casa dejando atrás estaciones y estaciones abiertas en
Cordillera, Pirineos españoles, franceses, Alpes de cualquier nombre, en una
franca lucha contra la familia, que veía absurdo ir hasta tan lejos, estando lo
de tan cerca recién espolvoreado.
No satisfecho el destino con esto, la misma noche del viaje,
los controladores aéreos se ponen en huelga encubierta, y muchísimos compañeros
se quedan con los viajes impresos en la tarjeta de embarque. Abandonamos España
con los militares en las torres de control.
De nuevo, nos para la policía francesa en horas nocturnas,
en un control de alcoholemia. Nos perdemos por la zona de Lyon. Y finalmente,
un pertinaz catarro acaba con nosotros, nos sube la fiebre y nos atonta el
hombre del mazo. Acatarrados, cansados, con más de dos mil kilómetros en coche sobre nuestras espaldas.
Pero allí estábamos.
Pero allí estábamos.
Y aunque era el mismo lugar, todo estaba cambiado. Las
nevadas habían teñido de blanco más allá de nuestra imaginación, y por fin se
adivinaba el enorme dominio que el invierno ponía a nuestros pies. Creímos estar acostumbrados a sitios grandes,
pero un valle entero, a nuestra disposición, por laderas incontinuas, donde
tenías que o tomar el coche, o el bus, o dejarlo para otro día, era nuevo para
nosotros. Nuestra estación de referencia en los Pirineos, nos ofrece la
posibilidad de ir y volver, si no paramos mucho, en el día. Allí, nos sería
imposible.
Amanecemos, dopados de antitusivos, tomamos el Penkenbahn, y la aventura… comienza…
Al llegar a la cota del 2081 m con la desembragable de seis
plazas, Penken Express, tomamos conciencia de que realmente, será imposible
esquiarlo todo. “Primeras impresiones” llamamos a esos viajes en los que uno no
va a dar abarcado más que lo indispensable. Y aún así, el paraje es de una
indescriptible belleza. Estamos cerca de la mítica pista Harakiri “la pista con
más pendiente de Austria”, pero está aún cerrada. Acaba de abrir la temporada y
aún no está correctamente preparada. Pero frente a nosotros se abre otra
“quiebrapates”: la número 17 “Devil’s
Run Penken”. Lo traduciría como “la
pista del demonio de Penken”. Su mayor encanto es lo larguísima que es. Cuando
una pista en Austria tiene nombre, debe ser porque es mítica, pienso.
Descubrimos aún en pruebas el remonte que combinará sillas y
cabinas. Las carlingas de las sillas, aún tienen el plástico protector puesto.
Es tan emocionante ver remontes nuevos…
Las laderas ofrecen muchísimas pistas con nieve de calidad,
pero a la acompañante le encanta la bellísima ruta que ofrece la pista 7 (roja)
y su hermana azul, la (7-A). De pronto, entre la inmensidad alpina, aparece una
típica casa austríaca, en la pista, con vistas al valle, con música alpina
sonando. Y uno piensa…
“Siempre quise llegar aquí, estar aquí, ver esto”.
Los pequeños detalles hacen la jornada inacabable, sobre una
nieve que aguanta todo, y que nos permite ir y venir y volver, e ir. Así que,
asombrados por el enorme tamaño del telesférico 150er Tux, uno de los más
grandes de Austria, pasamos al área esquiable que tiene caída hacia Fikenberg,
haciendo una pequeña pausa para tomar algo. Las vistas sobre el glaciar de
Hintertux, con el mar de nubes colgando de las laderas como una linda
cabellera, no nos hacen tomar en cuenta que la tarde está empezando a poner la
nieve durita.
La
principiante
sigue la excursión con un poco más de dificultad mientras que un
grupo de compañeros italianos tienen el mismo problema que nosotros: su
chica
principiante se ha quedado descolgada. Acaba empotrándose contra una
valla de
madera dándose un terrible golpe y nos tomamos nuestro tiempo en avisar a
sus
acompañantes y atenderla. Se nos ha hecho terriblemente tarde para
volver hacia
la zona de Mayrhofen y aún así, lo intentamos. No nos percatamos de la
gravedad
del tamaño de la estación, y aún así, seguimos tomando fotos.Nos paramos
a auxiliar a una esquiadora que se había empotrado contra una valla de
madera no
siendo conscientes de que la noche venía hacia nosotros dando pasos de gigante.
El Zillertal combina una población agrícola con otra
dedicada al mundo del turismo. En Austria no es demasiado raro encontrar
profesionales que combinan una temporada de nieve con otra agrícola. En este
valle es aún más evidente, así que uno esquía, literalmente, entre los pajares
de la hierba, entre las casas, y en el minuto 2:15, entre una granja de vacas
lecheras, con los tractores aparcados a la vera de la pista y un cierto tufillo
a… ejem. A que la nieve se mantenga al lado de una cuadra ayuda que la cota de
nieve sea tan, pero TAN, baja, comparada con otras estaciones, pero también
cañones de todo tipo, alta y baja presión. Esquiar entre pajares de hierba,
tiene un encanto terriblemente alpino. También el verse rodeado de granjas, o
en zonas de pastos veraniegos.
¿Alguien ha visto alguna vez un paso de cebra a la
Zillertaler? Minutos 2:13 y 2:20. Es una solución para que convivan coches y
esquiadores. No hace falta quitarse los esquís, ni tampoco que los coches pisen
la nieve con las ruedas.
Miramos el reloj. Tarde. Más tarde. De repente, otra vez en
la parte alta, tras varias consultas al plano, correr por las pistas fáciles,
acabamos empantanados en la ladera norte, con la nieve dura de la pista 16, en
el tramo paralelo a la Harakiri, y la confianza en si misma de la principiante
desaparece como la escasa luz del sol y ésta se bloquea. Le tiemblan las
rodillas. Nos rescata amablemente el pistero (en snowboard!) y llama a la
pistenbully que sube directamente hacia nosotros con las luces cegándonos y a
toda velocidad. Se para apenas a un metro de la chica, que aterrada, se imagina
engullida por ella, con el ruido del motor, cubriendo sus chillidos de pánico.
-¡Stop, stop! Please, stop! – grita enloquecida, con las manos delante del
casco.
Totalmente cegada por los focos, habla en inglés sin
descanso, y se sube a la carlinga sabiendo que el conductor no la entiende. La
pisapistas se da la vuelta con ella dentro y el pistero y yo, nos deslizamos
rápidamente hacia el punto de encuentro que me indica. La pisapistas llega y mi
acompañante se baja horrorizada. Mas tarde nos cuenta, que cuando la máquina se
dio la vuelta todo lo que iba dentro, cayó hacia delante, cazadoras, etc, y que
la sensación fue de que se iba abajo rodando dentro de la pisapistas.
-Tuve casi tanto miedo como cuando estaba en la pista, pero
pensé que si el conductor no gritaba, sería porque sabía que la máquina no iba
a patinar descontrolada cuesta abajo. No era como una montaña rusa, no sabía a
qué agarrarme y creí que me empotraría contra el cristal mientras él se
sujetaba al volante.
Nos esperaban en el último remonte por recoger con la última
silla por subir. Cerramos el dominio con los últimos cuidadores de remontes,
que nos esperan para ir con nosotros y que dejándonos ser testigos de imágenes
de bellísimo sobrecogimiento. La chica se relaja y la oigo suspirar cuando el
pistero le recomienda tomarse un cursillo al día siguiente. El valle sin casas,
con pequeñas granjas diseminadas, las
pisapistas recorriéndolo, mientras nosotros nos alejamos de él, marcha atrás,
cuesta arriba, para llegar al telecabina que no queríamos coger, y por el que
nos hemos liado en tomar pistas y pistas hasta acabar atorados. Un último
atisbo de luz que termina de hacer brillar la zona, y la oscuridad completa.
Volviendo hacia Finkenberg, repetimos una y otra vez las mil y un anécdotas del
día, y la anécdota. La que será para siempre, una gran historia que contar.
El autobús del valle, nos deja gratuitamente en Mayrhofen.
Un gran servicio para esquiadores que no podemos dejar de señalar. Todo el
trato, a pesar de nuestra terribilísima falta, es exquisito. No hay reproches,
no hay gritos, no hay prisas. Nos sentimos terriblemente agradecidos frente a
tanta atención.
Pero no será la única del día anécdota del día. Nos
trasladamos al aeropuerto de Munich a buscar a la tercera del grupo, y nos
paran tres gendarmes. Control de alcoholemia y papeles del coche. Control de
aduanas. Y de nuevo, control policial. Tantas emociones en un día interminable.
Nos cuesta cerrar los ojos, pensando en el día siguiente.
Echo de menos a mi compañero, porque me doy cuenta de que tendré que dejar a
las chicas en un cursillo, pero no ha podido venir. Mañana, también será un
gran día.
Y caigo rendido.
La mañana acompaña en un bellísimo día, y ahora somos dos
principiantas y yo. No tenemos problemas en poner los nuevos esquís que trae a
punto, pues las tiendas están perfectamente atendidas. Tampoco en contratar un
monitor personal para dentro de un ratito. Hay varias escuelas de esquí en el
valle, atendidas por excelentes profesionales. Tomamos de nuevo el Penkenbahn y
recorremos la estación por las zonas ya conocidas, eliminando viejos miedos y
desconfianzas. En la zona de aprendizaje de Penken, hay un divertido tren para
los niños, hecho con una moto de nieve. El final de la alfombra, está
acolchado, para que los niños que se empotren contra él no se hagan daño.
Esperamos la hora bajando por las pistas del día anterior, haciendo los recorridos
más azules y con más paradas, esperando que sea la hora de encontrar al
monitor, que muy educado y con un excelente nivel de inglés, se queda con las
chicas. Cuando vuelvo, me encuentro a
una que ya hace el paralelo con un nivel más que aceptable.
-¡Caramba! mira que le dije que más clases le vendrían bien.
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